Viajar es enriquecedor. Este es un lugar común, pero lo común no le quita lo cierto. Pocas cosas son tan enriquecedoras como viajar, y esto se debe a un motivo fundamental: ver lo diferente nos ayuda a pensar y comprender mejor lo propio. El prejuicio de que alguien que se ha ido empieza a ser, por eso mismo, menos nacional que los que se quedaron, no es más que ignorancia propia del que no ha viajado nunca. Pocas veces fui tan argentino como cuando estuve fuera del país. La condición nacional se acentúa cuando se está en el extranjero. En principio esto se debe a que nuestra cultura es nuestro marco de referencia y eje de comparación ante todo lo que vemos, por lo tanto nos sujetamos contra ella todo el tiempo. Nos desplazamos y una serie de costumbres y rasgos culturales nos parecen llamativos. ¿Llamativos con respecto a qué? Claramente, con respecto a nuestro país, nuestro inevitable punto de referencia, de modo que la reflexión sobre lo propio se ejerce de manera constante, inevitable y prácticamente involuntaria, ya que todo lo que nos llama la atención lo hace porque difiere de lo que conocemos, así como lo coincidente resulta igualmente asombroso debido a encontrarlo en tierras extrañas. Nunca reflexionamos tanto sobre lo propio como cuando estamos lejos. Y luego surge, inevitablemente, la evaluación: ¿podría ser así en mi ciudad? ¿Por qué no es así en mi ciudad? ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de esta costumbre? Cuando un viajero vuelve a su país, lo hace lleno de criterios e ideas sobre las cosas. Y, además, puede decir, sin cuidado de las ironías, que volvió siendo más nacional que los que se quedaron. Yo sentí más de una vez que, por estar en tierras lejanas, era más argentino que antes, o al menos tenía una visión más profunda y completa de mi país: además de conocerlo desde dentro, también sé cómo se ve desde fuera, pude ver ese rostro que solo se le ve desde la distancia.
Como, más allá de las diferencias, toda cultura es una suma de las culturas que la rodean pero particularizada en su terreno, viajar nos permite tomar una conciencia más aguda acerca de qué es, de lo nuestro, lo que también es de otros, y qué es de los otros lo que también es nuestro: el viajero más experto podría ver que ese límite es mucho más superficial de lo que parece, incluso ficticio.
Ya sea de manera literal o literaria, me gusta viajar por otros países y culturas. Este tipo de enriquecimiento es uno de los motivos principales que me alientan a hacerlo. El hecho de que viajar sea tan enriquecedor, tan propicio para la reflexión y el cuestionamiento de lo propio, lo demuestra el ejemplo de que, como todo lo extraordinario, resulta una rareza. Los viajeros siempre son seres extraños; la gente carga sobre sus mochilas o maletas el peso de todo tipo de prejuicios. Hay una causa de fondo: lo que proviene de otros, lo que no se parece a lo que estoy acostumbrado, es sospechoso, seguramente será peor que todo lo que me es propio. Esta actitud, que como toda mediocridad está alimentada de un provinciano egocentrismo, es lo que hace que mucha gente nos mire de manera irónica o enjuiciadora cuando les relatamos las hazañas de alguien que acaba de recorrer el norte de África o el sudeste asiático. ¿De qué vive? ¿Tiene familia? ¿Tiene pareja? ¿Llamó a la tía para su cumpleaños? Cualquier cosa que sirva para generar, frente a la figura del viajero, todo tipo de mala disposición y desconfianza, es de inmediato incorporada al discurso de estas personas que, instintivamente, perciben que un viajero les trae una suma de criterios novedosos que atentarán, proponiendo superarlos, contra una suma de anquilosamientos y conceptos cerrados en los que están arraigados de modo tan penoso.
Este blog tiene la propuesta de hablar de viajes y viajeros justamente para ser uno más de los medios con los que, con todo orgullo y desinterés, se respete y difunda este enriquecimiento cultural que subyace al arte de viajar.
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