sábado, 18 de febrero de 2012

Élévation

Vuela bien lejos es una frase que, a lo largo de mi vida, resultó proteica, ciertamente viajera. Atravesó varias épocas, se trasladó de un texto a otro convirtiéndose en título de proyectos siempre en camino que jamás llegaban a su puerto, como si el mero estado de movimiento sin arraigarse nunca en ningún sitio fuera una especie de condena que le hiciera justicia. Su origen es un verso del poema “Élévation” de Charles Baudelaire que, en su original francés, leemos así:

“Envole-toi bien long de ces miasmes morbides”.





Se trata de un soneto en el que el poeta le habla a su alma pidiéndole que se eleve volando más allá de las montañas, de los valles y los mares, bien lejos del peso de disgustos y enojos, ascendiendo hacia la meta de las alondras que comprenden el lenguaje de las flores y de las cosas mudas.

La literatura fue mi primer gran viaje que me llevó por el mundo, aunque todavía sin moverme de mi ciudad.

A los quince años tomé un lápiz y escribí “Envole-toi bien long” en la pared de mi cuarto.


Todavía no pensaba que alguna vez saldría siquiera de mi país. Ni siquiera lo concebía.

A los veinte años esta misma frase, vuela bien lejos, se convirtió en el título de un intento de novela que jamás terminé. El protagonista era un loco que tenía una bolsa verde en la que atesoraba objetos insignificantes, incluso residuales ante lo que Machado consideraba “la cordura del idiota”, pero que para él resguardaban alguna forma de alejamiento y superación de una realidad insoportable. Era un loco de Buenos Aires que andaba siempre dando vueltas por la misma esquina.

A los veinticuatro años, sin planearlo ni haberlo deseado, agregué a la manera literaria de viajar la manera literal que la complementa. Mediante la red virtual, que por ese momento estaba todavía en su tierna infancia, conocí a una gran mujer que me envió, luego de apenas unos pocos meses de habernos conocido, un pasaje a París para comenzar una relación más extraordinaria que cualquier viaje de los que hice desde entonces para verla. No es extraño que mi primer viaje haya sido hacia la tierra del poeta que había escrito “vuela bien lejos”.

Yo era un pibe de barrio de las afueras de Buenos Aires que no tenía dinero ni para pasar dos semanas en la costa atlántica y de pronto, de una manera para todos inexplicable, estaba en París; tenía que encontrarme con alguien que no había visto nunca y llevaba en el bolsillo todos mis ahorros, que eran unos 200 dólares; ni siquiera me había precavido de que en Europa la moneda es el euro.

Una serie de circunstancias propiciaron que estos viajes continúen. Conocí varios países de Europa y dos del norte de África. En mi vida se convirtió en algo habitual pasar unos cuantos meses en el extranjero. Empecé a escribir algunos relatos sobre estos viajes y, en un momento dado, creo que fue en Marruecos, pensé que todos ellos, juntos, podrían alguna vez formar parte de un libro cuyo título sería, como pueden adivinar: Vuela bien lejos.

Yo empecé a escribir literatura antes de leerla, porque soy poeta, y la poesía vino a buscarme antes de que se me ocurriera ir en busca de ella. Del mismo modo viajaba antes de haber planeado un viaje, y escribía textos de viaje antes de haber leído a otros viajeros.

Cuando empecé a tener curiosidad por ver qué escribían otras personas que viajaban sucedió que me encontré, navegado por la red virtual, con cronistas mochileros. Ellos me enseñaron que otra manera poco convencional de viajar por cuenta propia es mediante el arte alquímico de convertir las desventajas en recursos; que de esa manera se puede dar la vuelta al mundo sin tener más dinero que los que se limitan a dormitar una quincena en el balneario más cercano.

Decidí, ya que estaba, sumar a los viajes que hacía por Europa, siempre financiado por una cuenta ajena, algún viaje que se corresponda con mis propios recursos. El viaje mochilero era el único que se correspondía y, en enero del año 2008, mochila al hombro, sin más que mil dólares escondidos en un portavalor, recorrí Bolivia, Perú y Ecuador, escribiendo sobre lo que veía y sobre lo que pensaba de lo que veía. Allí terminó mi viaje mochilero, pero fue una escala para el otro: en Quito tomé un avión a España, de allí pasé a Francia, y de allí a Egipto. En cuatro meses visité más de cinco países de tres continentes, y sentí que viajar podía ser algo en serio, que podía, también literalmente, volar bien lejos.

Quién sabe si ese verso de Baudelaire fue el culpable de todo. Creo que es lo más probable. Lo seguro es que, luego de haber sido una posible novela o libro de viajes, es ahora el título de este blog en el que planeo ir publicando algunos textos relativos a los viajes.

El viaje de Vuela bien lejos no será un rejunte de algunas de mis experiencias de viaje: pretende ir más allá, mucho más lejos de mi mera experiencia para hablar sobre los viajes de otros y sobre el viaje en sí mismo en todas sus facetas desde el viajero que, literariamente, recorre el espacio desde su cuarto a través de un libro, progresando al que lo recorre de manera literal haciendo de los continentes y sus países los capítulos y las páginas de un texto que es el mundo entero, hasta llegar, finalmente, al gran viajero, el más completo: aquél que concilia estas dos maneras como el anverso y el reverso de una sola moneda que constituye toda su riqueza.

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